miércoles, 24 de febrero de 2010

Motomonkey



Pi pi pi pi pi pi pi pi pi… es el sonido que nos avisa en la cola de la autopista o de la avenida que se avecina a toda velocidad entre las filas de carros la raza más peligrosa y nociva de nuestra disfuncional sociedad, luego del hampa: los motorizados. La rapidez con que el sonido de la corneta aumenta en intensidad nos da una idea de la velocidad con la que se acerca la plaga y sólo alcanzamos a subir los vidrios y rezar por nuestros retrovisores.

Los motorizados despiertan en mi un odio sulfuroso, y reflexionando en las horas de cola, he descubierto que no es por ellos en sí, sino por las características que les han permitido redefinir el término que les da nombre: ausencia total de sentido común (esto ya vale para el próximo odiario), comisión flagrante de infracciones –con total impunidad- y, tal vez la más importante, son unas bestias con el prójimo, capaces de herir y hasta matar sin tener la razón (suponiendo que haya razón para ello).

Estos animales en dos ruedas, que lo único bueno que han hecho es enriquecer a las importadoras de motos chinas, se creen dueños de la calle, circulan en sentido contrario en los municipios sin ley (tamarindos, por ahí les viene su Odiario), rompen y rayan impunemente nuestros vehículos por su impericia o imprudencia, quienes trabajan de mototaxistas ponen en peligro la vida de los arriesgados pasajeros, los malandros nos roban descaradamente, a veces en forma masiva, y si alguna de estas pestes viera su zigzaguear interrumpido por un cambio de canal de nuestro carro, lo agradecería con una patada o partiéndonos el vidrio con el casco. Lo peor, es que son el gremio más solidario –y ellos lo saben- de manera que cualquier batalla está irremediablemente perdida, puesto que en segundos se multiplican y se reúnen en torno al agraviado, y muchos conductores indefensos han terminado pagando la moto del culpable para salvar el cuero cabelludo. ¿Y hablar con ellos? ¡Ja! Ni que fueran gente.

¡¿Dios mío, en qué ciudad vivimos?! ¿Cómo es posible que cualquier zagaletón en moto pueda hacer lo que le dé la gana sin coto? Lamentablemente, el único para’o que consiguen estos seres irracionales es la muerte o las lesiones que sufren producto de sus atrevidas piruetas en el tráfico, porque en Caracas, por lo menos, es nula la intervención de las autoridades en el control de su incivilidad. Lamentable es también, que no se vislumbre siquiera la intención de buscar una solución para que, al menos, nuestros hijos disfruten de una ciudad mejor.

¿Dónde están las campañas educativas? ¿Dónde está la fuerza pública haciendo cumplir la ley? ¿Qué tiene que ocurrir para que las autoridades se den cuenta de que estamos enloqueciendo y explotando de impotencia porque estos malditos nos tienen cercados? Digan lo que quieran, pero mientras haya tanta libertad, no habrá esperanza.

domingo, 21 de febrero de 2010

Mis vecinos y su música a millón...

En realidad no odio a mis vecinos. Son ellos quienes hacen que odie su actitud indolente ante mi necesidad de descanso, necesidad común a todo ser humano, y muy especialmente a los que trabajamos duro durante 6 de cada 7 días.


La cosa es así: las ventanas de mi apartamento dan todas hacia una pensión en la que viven 5 o 6 familias. Una de ellas, dos pisos más abajo que yo, aproximadamente a 50 metros de distancia en línea recta, es la feliz poseedora de un excelente equipo de sonido, en el que ponen reguetón, vallenato, champeta, bachata (de la mala), hip hop, y todos esos subproductos de la inventiva humana que han dado en grabar los empresarios que se hacen millonarios con esa vaina. ¡Ojo! los mismos productores no lo aguantan; ellos escuchan a Beethoven, a Tom Jobim, o al Ensamble Gurrufío.

El problema -aparte de que no me gusta nada de lo que escuchan- es que la potencia de su equipo es tal, que aún cerrando mis ventanas (no tengo aire acondicionado), no puedo escuchar mi propio televisor. La solución sería, teóricamente, poner mi propia música a un nivel suficiente para disfrazar el ruido que emiten los sordos de allá abajo. Pero es que los tipos ponen su bulla los sábados a las 6 de la mañana y siempre me despiertan con su caca boricua: ¡tú eres mi cachorriiiita mamá, yo soy tu perro y voy a moldelte!

Una vez aproveché el espacio entre una pieza y otra para mandarlos a callar a todo pulmón; pero el grito destemplado a las 6:30 a.m. valió toda una semana de disfonía. Ñoesum...

Realmente odio su inconsciencia, su falta de vecindad, y odio que en lo cultural sean tan jodidamente pobres que no conozcan, por lo menos, a Simón Díaz.

viernes, 19 de febrero de 2010

Génesis

¡Hola a todos! Permítanme darles mi bienvenida a Un Odiario, espacio totalmente libre del hampa, el tráfico, los motorizados, el gobierno y la gente que usa el celular en altavoz en el metro para oír música… pero que trata sobre ellos y otros males que aquejan a nuestra sociedad y que nos sirve de drenaje, para desterrar la impotencia que nos impone la civilidad.

Ya en el siglo XIX lo decía Bolívar: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, “Un ser sin estudios es un ser incompleto”, “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”; ¡sí, la educación es importantísima! Y la falta de ella, da vida a nuestro blog y muerte a nuestra sociedad.

La escasa promoción turística presenta a un venezolano amable, servicial, sencillo, solidario, trabajador, jocoso, entre otras virtudes. Un tipo chévere, pues. No menos cierto es que nos encontramos con frecuencia a paisanos confianzudos, abusadores, corruptos de crianza, flojos, con flagrante carencia de sentido común, desconsiderados con el prójimo hasta el paroxismo y, en general, con escasísimo civismo.

En las siguientes publicaciones iremos desgranando el mojón de cacao para poner al sol las particularidades del chocolate que nos rodea.

sábado, 13 de febrero de 2010

Mámame el g... ¡mamag...!


Un Odiario es un espacio para descargar las cosas que odiamos de esta podrida sociedad. Uno de los males de los que más se queja la gente es de la delincuencia. El robo, el asalto, el secuestro; pero casi nadie presta atención a las pequeñas cosas que preparan el camino para estos males mayores: la descortesía, el desorden, la indiscreción, el soborno...

Yo odio la falta de cortesía; el malandreo, el insulto gratuito, que son fuente de tantas confusiones y problemas. Muchas veces esto deriva en casos insólitos, como el de aquel caraquista que segó la vida de su amigo magallanero, en medio de las celebraciones por el campeonato de beisbol venezolano.

El beisbol nos ofrece un caso interesantísimo. Durante un juego de la final Caracas - Magallanes, un jugador del Caracas le propinó un enorme batazo para anotar carrera. Cuando llegó al home, vaya usted a saber por qué, le dijo a un rival la hermosa frase "¡mámame el güevo, mamagüevo!" (en Venezuela el güevo es el pene). Esto generó una linda trifulca, y mientras ello ocurría, los narradores de la TV no sabían si reir o disimular. Ademas, la TV pasó la repetición de la escena variaas veces, como para asegurarse de que todo el mundo pudiera leer en los labios la frase, que no se escuchó.

Hace apenas 15 años una palabra como esa, suelta en la calle, era suficiente para que todo el mundo te mirase muy mal. Hoy, es la palabra de uso común para referirse al amigo, al pana, al compinche. ¿Y entonces, pa' donde vamos?